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   LA SIEGA Y LA COSECHA

 

    Una vez concluida la Fiesta de San Pascual, en llegando a San Juan, las mieses adquirían ese dorado espectacular, empezando a zurrir las chicharras, a granar las espigas, iniciando la inclinación como señal de empezar a estar a punto de la recolección.-  Con el inicio de la siega, comenzaba también para trilladores y “ereros” el arduo trabajo de trillar la mies, es decir, cortar la paja y espigas de la parva para liberar el grano. Durante todo el verano y medida que llegaban las galeras cargadas de candeal desde los campos cercanos, los “ereros” (gañanes a cargo del dueño encargados del trabajo en la era) descargaban las gavillas e iban agrupándolas en un gran montón llamado “hacina”.  Esta es la forma adoptada en las grandes fincas de los terratenientes.- En las labores del pequeño agricultor todo se hacía distinto.- Los trabajadores eran solo tres o cuatro y había que emplear el ingenio para solventar la faena de la forma más acertada y artesanal.- Se segaban primero las cebadas, después los trigos y centenos y por último la avena.

   Galera tras galera, el candeal recién segado iba al suelo con la ayuda de horcas, y después se acumulaba a la espera de extender la parva y dejarla lista para la labor de las mulas y el trillador. Muchas de estas eras han desaparecido a medida que los pueblos crecían y se iban construyendo nuevas casas, barrios o naves de ganado. Pero todavía se conservan algunas de nombres evocadores, cuya sola mención nos trae a la mente unos tiempos y quehaceres hoy ya relegados al olvido.

     Las eras eran terrenos llanos, de grandes dimensiones, construidas siempre en un espacio abierto en las inmediaciones del pueblo y normalmente de forma rectangular o circular. Por supuesto también existían eras en los cortijos, pero el volumen de trabajo en las cortijadas siempre era mucho menor. Trillar cerca del casco urbano facilitaba el acarreo de la mies desde los campos, así como el proceso de almacenaje y venta posterior del grano. En el pueblo confluían los principales caminos que atravesaban el término y allí se encontraban también los silos de la cámara agraria, adonde iba a parar la práctica totalidad de la cosecha.

      El emplazamiento de la era tenía su importancia: debía estar siempre en lugares elevados y lejos de edificios, árboles u otros elementos que impidiesen la libre circulación del aire, pero sin embargo casi en todas ellas había un gran “olmo” que daba sombra a los animales y a las personas, y era el sitio reservado para proteger el “ato”. Y es que en la era también se realizada la labor de “ablentar”, es decir, separar la paja del grano de candeal mediante la acción del viento.

     Los “ereros” sabían que en una era abierta a todos los vientos podían trillar y aventar simultáneamente sin esperar a que soplase el aire en la dirección adecuada (lo que a veces tardaba días en producirse). En verano por el paso de las galeras y el pisoteo continuo de animales y hombres; y en invierno por las inclemencias del tiempo, lo que obligaba a menudo a una reparación periódica para asentar y asegurar de nuevo el terreno.

    Las eras tenían asimismo cierto detalle que las hacía todavía más eficaces: una suave inclinación. Y es que, con el fin de evitar que las lluvias encharcasen el terreno y lo inutilizasen, siempre se construían con una ligera pendiente para facilitar la evacuación del agua hacia el extremo más bajo. Así, mientras trilladores y ayudantes corrían a guarecerse con la repentina aparición de una “nube” de verano, el agua corría por la lisa superficie de la era y, una vez escampado, quedaba libre de charcos y dispuesta rápidamente para el trabajo…

   Las eras fueron de gran importancia en zonas de secano de todo el interior de España, donde una gran proporción del término se dedicaba al cultivo del cereal. Sin embargo, estas explanadas no se destinaban únicamente a grano y servían también para otros productos tan comunes como las legumbres (garbanzos, guijas o lentejas), cuya producción local era igualmente notable.

    Así como de la trilla conservo múltiples recuerdos, poco conserva mi memoria de la siega, lo más a los vecinos en los días previos  ver preparar y afilar las  hoces, comprobaba las zoquetas, los manguitos, los dediles… o a las mujeres subidas en los carros, no sé el motivo, recuerdo mujeres tapadas, totalmente con un pañuelo, siendo visibles tan solo los ojos, con los sombreros de paja.

     Recuerdo a los hombres, en los preparativos  y renegando y maldiciendo el avance de las cosechadoras que comenzaban a invadir nuestra tierra y las veían como una amenaza para los campesinos. La Mancha acabaría celebrando la tarea con tractores y cosechando con máquinas segadoras, trilladoras, y por último cosechadoras

     Por tanto estos recuerdos, son más producto de mis inicios, cuando iba con mi padre y madre al bancal de “Cerros de Hellín”, y observamos la cuadrilla de “segaores”, con Pablo y Evelio a la cabeza.  Comenzada la siega no existían domingos ni festivos, ni casi noches, las jornadas eran de sol a sol, descansando solo “el día de los segadores”, San Pedro y San Pablo, pues era muy importante darse aire, de la siega no se libraba nadie, participando toda la familia en la tarea, aunque yo nunca llegue a segar, por mi edad,  si lo hicieron algunos primos hermanos míos,  y alguno de ellos poco más y nace segando, pues no hemos de olvidar que las mujeres también segaban incluso estando en avanzado estado de gestación, siendo el único día que paraban por festivo durante la siega el citado día de San Pedro y San Pablo.

 

   "Cásate mujer honrada/ Que “te se” pasa el centeno,/ Que tienes una cañada/ Que de balde te la siego.

             

    Era la siega una de las más duras tareas agrícolas debido a las condiciones en las que  se  realizaba.  Fuertes  calores  por  la  época  de  la  recolección  en  los  campos  de  la Mancha, donde, no sin razón dice el refrán que,  hay  nueve meses de invierno  y tres de infierno;  y  la necesidad  imperiosa de concluir cuanto antes, para que la posibilidad de un  nublado  no  desbarate  la  cosecha  del  año,  o    forzados  por  la  granazón    y  secado anticipado  de  las  mieses  que  exigen    adelantar  el  inicio  de  la  siega  o  aplicar  distinta técnica de corte para que no se desperdicie ni un solo grano.

    Y es que, cuando se retrasa el corte de la cosecha, cuando la siembra se pasa,  la mies  se descabeza  y cae  la espiga al  suelo al ejecutar el tajo. Por ello debe ser  segada aprovechando  los  momentos adecuados: cuando se  reviene o blandea,  lo que ocurre a primeras horas de la mañana, y al atardecer cuando el relente nocturno y la puesta de sol suavizan la mies.

A ello alude  el refranero popular “No es cebá que se escabece”  en el sentido de que  una  actividad  no  corre  prisa,  al  contrario  de  la  cebada  que  no  admite  dilación alguna.

    Hacia  San  Juan  o  San  Pedro,  secas  las  espigas,  se  comenzaba  a  segar.  Es entonces  cuando  la  espiga  se  dobla  por  estar  cargada  de  grano  y  adquiere  un  color dorado. Primero, las cebadas. Trigos y centenos, después. Finalizando con la avena.

   En la faena participaba casi toda la familia: hombres, mujeres y chicos. Eran las abuelas  quienes  quedaban  en  el  pueblo  para  ocuparse  de  los  más  pequeños  de    la familia.  Cuando    esto  no  era  posible,  se  buscaba  una  chica  mayor  que  se  ocupara  de ellos, la niñera.  Aunque eran muchos los casos en que la familia en pleno se trasladaba al  campo  de  siega.  Allí,  en  el  rastrojo,  quedaban  los  más  pequeños,  bajo  el  toldo,  al cuidado de uno algo mayor.

   Todos los avíos de la cuadrilla se colocaban en el hato, un sitio a propósito en el campo  (piazo)  que  se  siega.  A  la  sombra,  si  la  había.  Aquí,  en  el  hato,  se  conservaba todo lo necesario para ejercer su actividad. Allí, el saco de pan duro, el cántaro de agua, el aceite  y  vinagre. Más allá, tomates, cebollas, saquillo de  la sal;  y  los aparejos de  las caballerías que pacen en el rastrojo, las aguaeras... En algunas  cuadrillas grandes solía haber una persona encargada del rancho, ranchero o hatero.Cada  uno    tenía  una  tarea  que  cumplir.  Hasta  los  más  pequeños,  que  podían llevar  un  surco  o  dos;  colocaban  los  ataderos  en  el  suelo  o  formaban  las  gavillas  para que otra persona, experimentada, las atara.

    El segador coge la mies con una mano, protegida por la zoqueta y la corta con la contraria,  que  empuña  la  hoz.  Cada  uno  de  estos cortes  y  la  mies  recogida  en  él  es  un golpe.  Sólo  cuando  lleva  en  su  mano  varios  golpes  deposita  la  mies  en  el  suelo  para formar las gavillas que, posteriormente serán atadas por el ataor.

    Atado  que  precisa  de  cierta técnica,  de  manera  que  la  mies  quede  bien  sujeta  y pueda  soltarse  con  facilidad  o  desatarse  a  la  hora  de  extender  la  mies  en  la  parva, tirando de uno de los extremos  Las gavillas eran brazadas del cereal segado. Con tres gavillas se hacía un haz y se ataba éste con un atadero y así se preparaban  para el acarreo por carros y galeras  a la era para su posterior trillado.   

   Los pequeños agricultores procuraban segar cuanto antes sus cosechas para así integrarse en las distintas cuadrillas que recorrían La Mancha de un lado a otro, la expresión “ir a segar a La Mancha” lo dice todo.  Los segadores se alojaban en casa de “los amos”  en cuadras y pajares, que recibiendo la manutención  como parte del jornal.  Era una labor muy dura, a pleno sol, sin un atisbo de sombra, ya podían dar gracias si existía algo de sombra para dejar el hato, donde se dejaba el agua, el vino, pan duro y seco, tomates, sal, aceite, tocino o lo que bien se pudiese.

    La ropa con la que comenzaban la siega era con la que terminaban, cuando esto sucedía los pantalones se quedaban de pie, por la mezcla del sudor y el polvo.  Del sol se protegían, hombres y mujeres con pañuelos sobreros de paja de gran tamaño.  Muchas veces me he preguntado si las personas de hoy en día seriamos capaces de tal sacrificio, y de si alguna vez seremos conscientes de la gran valía de aquellos hombres y mujeres que parecían de acero por su resistencia a pesar de todas las carencias.

   Ya en enero se empezaba a preparar la tierra; a partir del mes de abril o mayo se terciaba para sembrar en octubre o noviembre. Se segaba a mano. Cada segador iba en su surco. Lo segado, se ataba en gavillas. Después de la siega se acarreaba en los carros hasta la era. Ya en la era, se hacían las "hacinas" intentando evitar que éstas se calaran si llovía. Después le llegaba el turno a la "trilla". Previamente se había limpiado la era de piedras y cantos. Esta faena se conocía como rulear la era; para ello se utilizaba un rulo (gran piedra con forma troncocónica, que facilitaba el dar vueltas a la era) y se usaba paja y agua para conseguir un buen suelo.

     Para trillar lo segado, se extendía la mies y con ayuda del trillo o la trilla (tirados por mulas) se iba dando vueltas a la era. De vez en cuando se le daba vuelta a la parva, y una vez que estaba "recortá" se ablentaba. Este proceso debía hacerse con el aire a favor y con la mies recogida en un caballón.

     Una vez ablentado, se cribaba el grano para quitar las granzas y piedras. Finalmente, y con la ayuda de la media fanega y los costales, se envasaba el grano y se llevaba a la casa (normalmente se guardaba en la cámara). La paja, guardada en el pajar, se utilizaba para alimentar las caballerías; las granzas se usaban para las gallinas.

     En la recolección de las lentejas se seguía un proceso exactamente igual que con los cereales, exceptuando que la siega de cereales se modernizó hace ya muchos años utilizando las cosechadoras en lugar de las hoces, los tractores en lugar de las mulas, los sequeros en vez de las eras y lo almacenes en lugar de las cámaras. Esto contribuyó a que las faenas de la siega quedaran reducidas a unos pocos días hacia finales de junio en lugar de estar en la era hasta pasado San Lorenzo.

     La última faena que, relativamente, seguía todo el proceso, era la cosecha de las lentejas. También se modernizó con el uso del tractor, pero mantenía la esencia del proceso: recogida manual, acarreo en el remolque, trilla en la era, ablentado de la parva, criba del grano y envasado en los costales.

   También  la    tarea  de  colocación  de  la  mies  en  el  carro  o  galera  exigía  cierta técnica. Debía hacerse de modo que permitiera su traslado sin problemas a través de los accidentados caminos evitando que la carga baile  e impidiera que pariera. Llegada  la  mies  a  la  era,  se  colocaba  en  la  cina(hacina),  colocando  los  haces con las espigas hacia adentro para que no se mojen en caso de lluvia Las  eras se situaban en  los alrededores del pueblo. Eran de tierra apisonada, de uso exclusivo, que  había que prepararlas con antelación para realizar  la  trilla, dándole unas pasadas con. No tenía  sombra  alguna.  Sólo  la  cuba  del  agua  se  colocaba  entre  la  mies para no estar expuesta al calor solar.

   Horca, pala, rastro, son los útiles que servirán al labrador en este nuevo proceso. Horca  de  madera  de  olmo,  generalmente,  de  cuatro  o cinco dientes de unos 25-30 centímetros de longitud que salen de un  tronco  común  de  mango  largo  para  su  manejo.  Sirve  para volver  la  parva,  y  aventar,  una  vez  trillada  la  mies,  lanzando  al aire el cereal.

La pala es una pieza de madera curvada, con mango largo que sirve para volver la mies de la parva cuando ya está triturada y para aventarla cuando los dientes de la horca son incapaces de cogerla. Con el rastro acerca el labrador la mies trillada hacia el centro de la parva...

    Los  hombres  extienden  la  mies  portando  los  haces  con  la horca o a mano al sitio adecuado de la era donde los desatan y esparcen en un círculo, la parva. Hay  parvas  de  forma  circular  y  buen  casco  de  mies,  propias  de  trigo,  cebada  y otros  cereales.  Otras  son  de  tamaño  menor,  también  redondas.  Se  extienden  éstas alrededor de un círculo central que se deja libre, donde se coloca la persona que sostiene el  ramal  de  la  caballería,  única,  que  arrastra  la  trilla.  Esta  parva  se  utiliza  para  trillar garbanzos, lentejas, yeros, etc.

     En  las  casas  grandes  se  solía  contratar    peones  temporeros  para  la  labor  de recolección. El trillaor solía ser un peón joven que se dedicaba a la faena de la trilla. A las nueve de la mañana, pasado el relente de la noche que ablanda la mies, se inicia la jornada de trilla. A la una de mediodía, animales y personas descansan y se reanuda la tarea a las cuatro para concluir algo antes de atardecer. Durante  toda  la  jornada  las  bestias  arrastrando  la  trilla,  dan  vueltas  y  vueltas sobre la parva, donde los pedernales de la trilla van desgranando las espigas y cortando sus cañas hasta convertirlas en pajas.

    La  trilla,  introducida  en  España  por  los  cartagineses, consta  de  tres  o  cuatro tablones de  madera unidas por medio de  cabezales colocados sobre las tablas  para  ensamblar  el  conjunto  de  hasta  dos  metros  de  largo  por  1,5 de ancho. La  parte  delantera  está  redondeada  y  levantada  al  frente.  El tamaño depende de su uso mular o asnal. Los primeros son más grandes y  llevan debajo, a  lo largo, tres o cuatro hojas de  sierra. Entre ellas van incrustados pequeñas lascas de pedernal, con las que se corta y tritura la mies. 

    Trillan mujeres y muchachos mientras los hombres se ocupan de otras tareas más duras. Las  mujeres,  especialmente  en  la  siega,  pero  también  en  la trilla,  se  colocaban  un  pañuelo  tapando  la  cara,  a  la  usanza mora, de manera que sólo se les veían los ojos. En la cabeza un  pañuelo  negro  las  mayores,  de  color  las  jóvenes,  y  sobre él, el sombrero. Los  “trillaores”  van  de  pie  sobre  la  trilla.  A  veces sentados  sobre  una  pequeña  silla  de  enea  o  sobre  una piedra  colocada  a  propósito.  Llevan  en  la  mano  una larga  vara  de  oliva  o  un  pequeño  látigo  con  el  que fustigar  a  los  animales  para  que  aviven  el  paso.  Y, protegen  su  cabeza  con  un  sombrero  de  paja  para defenderse de los hirientes rayos del sol.

     De  cuando  en  cuando,  es  necesario  volver  la  parva,  voltear  la  mies,  evitando amontonamientos  y  favoreciendo  que  ésta  sea  triturada  uniformemente.  Suele  hacerse de tres a cuatro veces al día con la horca. Trillada  la  parva,  se  allega.  La  mies  trillada  se apila, tirando las yuntas de la “allegaera”  y con la ayuda del  rastro  manejado  por  el  labrador.  Con  la  ayuda  de una  escoba  amarga    se  barre  la  era  juntando  paja  y grano en el montón que será aventado posteriormente. 

     Cuando  el  aire  pica,  se  levanta  o  empieza  a correr,  se  procede  al  aventado  (ablentar,  en  nuestra tierra). El  viento  que  corre  a  bocanadas  es  poco adecuado y resulta muy molesto. El aire bueno es el que  empieza  a  correr  después  del  mediodía,  o  al pasar la media noche. El  aire  más  propicio  para  aventar  es  el ábrego y, en general los aires de abajo, procedentes de poniente, aunque  hay que utilizar, por necesidad cualquier  otro  aun  a  costa  de  la  imperfección  y  la dureza de la separación de grano y paja. Puesto  el  aire  en  movimiento,  todos  los  trabajadores  disponibles  se  ponen  a  la tarea. Hay que  aprovechar al  máximo el tiempo de aire. Esta tarea goza de preferencia sobre cualquier otra. Se elimina primeramente la paja más larga con la horca. Separada la paja larga, se  puede  proseguir  con  la  pala    el  aventado,  hasta  el final.

     El  grano,  aislado  de  la  paja,  se  coloca  en  un montón alargado en forma de pez.  Se  procederá  posteriormente  al  cribado,  operación que  se  ejecuta  a  mano,  aislando  el  grano  de  otras semillas, chinas y demás impurezas. La  operación  de  encerrar  el  grano  en  las  cámaras,  (entrar)  pone  fin  a  la recolección propiamente dicha. Se envasa el grano en costales con la media fanega que cabe  seis  celemines.  Así  dispuesto  se  traslada  a  la  cámara de  las  casas.  Son dependencias  situadas  en  la parte superior de éstas donde, separados por tabiquillos de adobes  enlucidos  con  yeso  se  encuentran  los  distintos  compartimentos  en  los  que  se almacenarán separados, trigo, cebada, centeno y todos los productos recolectados.

     Cargarse  en la era los costales al hombro y subirlos a las cámaras era la primera prueba de fuerza por la que habrían de pasar los mozos si querían demostrar su virilidad, en un gesto ritual que cada año se repite de manera ancestral. La    paja  se  encerraba  en  los  pajares,  camarones  o  dependencias  grandes situadas, a  menudo, encima de  la cuadra a donde  habría de  llegar gran parte de  la paja recolectada. Las  pajeras eran un compartimiento de la cuadra en la que se almacenaba la paja que sería distribuida a los animales en el pesebre. Encerrar  la  paja,  echar  la  paja,  meter  la  paja,    es  el  colofón  de    las  tareas agrícolas  del  cereal,  del  año  en  curso.  Queda  por  delante  un  nuevo  ciclo  agrícola  que comenzará con la preparación de las tierras para una nueva sementera.

 

    Bueno, creo que ya hemos descrito suficientemente esta página. Y seguimos la costrumbre de la Galeria de Fotos. Un saludo.

J.Oliver Gonzalez.......................

 

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